sábado, 14 de marzo de 2020

Después

Son amigos, pero de vez en cuando sus lenguas se tocan y la amistad se vuelve un poco más difusa.

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Ella tiene momentos de claridad absoluta, de esos que dan ataques de ansiedad.

“¿Qué sentido tiene construir casas, puentes, ciudades, si a la final todo se va a caer en pedazos?” pregunta, después de otro documental post-apocalíptico.

Él se encoge de hombros y cambia de canal, porque hace tiempo aprendió a no contestar ese tipo de preguntas.

Ella tiene momentos de claridad absoluta, y le jode que él no tenga ni uno.

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Ella hace las compras como quien tiene una pesadilla.  Va sin lista y la lógica del supermercado se le escurre entre los dedos.  La carne aplasta los tomates que botan jugo sobre el rollo de papel higiénico, el champú hace espuma sobre la funda de pan.

La cajera la mira con desdén y en su mente ella salta sobre la banda deslizante de la caja, baila el moonwalk antes de patearle la cara a la cajera.

En su defecto, le pasa los tomates aplastados y confirma que no, no tiene tarjeta de descuento, y sí, por favor, el pago es en efectivo. 

Y piensa inocentemente en como cuando llegue el fin de los tiempos, la cajera será de las primeras en marchar.

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Cuando de hecho llega el final, no es como en los documentales.  No hay un cartel que dice DOS MIL AÑOS DESPUÉS, así, en negritas, letras blancas sobre fondo negro.

Ella puede ver la matanza desde su ventana, el horror de uñas largas que escarban entre los cuerpos.

No le sorprende en lo más mínimo ser inmune.  Ya lo intuía.  Antigua maldición china: ojalá te toque vivir en tiempos interesantes.

Cuando las aguas comienzan a subir, él agarra su auto viejo y la obliga a dejar la casa, dejar a sus muertos enterrados en el patio y a sus desaparecidos deambulando las calles.   
  
Los científicos se equivocaron.  Todo pasa mucho más rápido de lo que pensaban.

Él maneja hacia el interior, alejándose de la costa, que cada vez se les acerca más.

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Los pueblos tienen los mismos nombres que siempre han tenido, pero vistos desde este aquí y ahora, suenan a razas de dinosaurio.  Todo está en peligro de extinción. 

Jujan.  Yaguachi.  Babahoyo.

Palabras que algún arqueólogo verá como símbolos.  Aquí hubo gente.  Y aquí.

Morazpungo, Quinzaloma, Corazón indican los carteles, con flechas y todo.

Desde los laterales de la carretera, aún hay gente que los mira pasar.  Algunos apuntan sus escopetas viejas, de esas que hacen los armeros en Chimbo.  O hacían, que ya es lo mismo.

“Chimbo,” repite en voz alta.

Siente un poco de miedo al pensar que tal vez es la última persona que dirá ese nombre.

Cada vez que ella nombra un pueblo, él se sobresalta.

Se están acostumbrando al silencio.

Nadie les dispara, cosa que la sorprende. 

“Nadie quiere gastar pólvora en gallinazo,” él ofrece.

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Mientras más se alejan de la costa, menos gente aparece en el camino.  Ella se atreve a bajar el vidrio de su ventana un poquito, y ya siente el aire que comienza a refrescar.  Es un viaje que debería tomar un día, pero ya van más de cuatro.  Se desvían a cada rato, toman caminos vecinales, se meten a un par de haciendas vacías a buscar comida. 

Al menos ya pasaron los arrozales.

Ya vio muchos cuerpos desaparecer hacia la maleza.

“Santo Domingo,” dice, con convicción. 

De aquí en adelante, todo es subir montaña.

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En Tandapi encuentran los restos de una melcocha semi-congelada colgando de un clavo en un portal.

Cien años después del apocalipsis, los pueblos serán fantasmas, decía el narrador del documental ese, hace solo unos meses.  Pero era un documental gringo, pensando en tiempos gringos y tierras gringas. 

Aquí la tierra es fértil y siempre ha habido césped creciendo entre el pavimento. Han pasado solo un par de semanas desde que la gente se fue y ya la maleza se toma el pueblo.

Las hormigas hacen fiesta con los restos de melcocha.

Los estómagos gruñen y en las casas solo quedan unos cuantos enlatados.

No lo dice, pero él también extraña los tomates aplastados.

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Ya camino a la sierra, al menos la carretera no apesta.  Los muertos en el frío se descomponen más lento.

Viajan con las ventanas cerradas, para no volver a pasar el susto.

Ella lleva un rasguño nuevo, pero da lo mismo.  Ser inmune es ser inmune.  Hace un mes, después del primero, ya se despidió y esperó a la muerte.  Cuando no le llegó, pensó en invitarla, pero le dio miedo. 

Ahora que hay más gente del otro lado que de este, tal vez no sea tan mala idea.

Él tiene la piel intacta todavía, un brazo más oscuro que el otro.  Ella comienza a odiarlo un poco más.

Ya no se marean en la carretera.

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Hay vacas cruzando por el asfalto sin guía, buscando en sus instintos lo que desaprendieron en las haciendas.

Ella siente una enorme simpatía por las vacas.

A la salida de otro pueblito, pasan al lado de una familia que camina despacio, madre con hijos a cuestas y un padre guiando el camino.  Sobrevivientes, tal vez.  Futuras víctimas, probablemente.  Los niños miran el auto con curiosidad, probablemente el primer auto en movimiento desde que comenzó la locura. 

Más adelante, él detiene el carro cerca de una camioneta abandonada.

Los autos parados siempre tienen algo de gasolina aunque ya parezcan chatarra, y uno de los dos tuvo la buena idea de robar un pedazo de manguera a la salida de Jujan.

Ya no importa cual de los dos.

En este Lada viejo con olor a sudor y gotas de sangre, ya están comenzando a volverse uno.  Si hablasen, podrían completarse las oraciones.

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Ya están casi a la entrada de la capital cuando lo ven.

Un gato, un niño, uno muerto, uno vivo, uno sobreviviente, uno comida.

Realmente da lo mismo cuál es cuál.

Él vomita hacia el despeñadero, agua y bilis.

A ella le sorprende un poco no sentir asco.

Sabe que tal vez nada la vuelva a sorprender.

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En las calles empedradas de la parte más alta de la capital encuentran una pistola cargada.  Está atascada entre adoquín y adoquín.  Ella jala hasta soltarla.

Han subido hasta esta parte de la ciudad con una costumbre más bien turística.

En la plaza de la catedral, los muertos están de rodillas.

El auto sufre cuando arranca, pero sigue andando.

Nunca pensaron poder llegar hasta aquí, y ahora no saben a donde más ir.

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Él tenía parientes en la ciudad, ahora tiene una casa vacía con tazas rotas y algo de comida en un refrigerador que ruge. 

La electricidad milagrosamente funciona aún, pero no durará mucho. 

En esta ciudad andina hace frío, falta el oxígeno y cada respiración quema.

Hay una pregunta que está suspendida en el aire, sobre sus cabezas.  Es la pregunta que luego se posa entre los dos en una cama.  Pero él tarde o temprano se duerme, siempre sin preguntar. 

No importa.  Ella responde igual.

“Todavía no,” susurra.

La pistola cargada brilla en el velador.

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En la mañana cogen el carro y van hacia el río.  Ya la radio no transmite nada más que lluvia y música de los ochentas.  Ella imagina un DJ muerto sobre un teclado, eternamente presionando play.

El silencio es más reconfortante.

Esperan caminantes, hombresmujeresniñossobrevivientes, todos enfilados buscando un mejor lugar.  Esperan ver nómadas, otros, algunos, alguien.  La civilización siempre busca agua, recuerda, de algún libro.

Hay un perro callejero que se tambalea, su estómago lleno.  Lo que más hay es carne de carroña, y el perro ni se inmuta cuando los ve.

“Y si regresamos?” pregunta ella. 

Pero si los documentales estaban de acuerdo en algo, era en lo siguiente: las costas se van primero, y para regresar tendría que aprender a nadar.

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El susto llega una mañana, mientras ella se ducha con el agua helada.  Como siempre, las cosas suceden cuando ya no las espera.

Ella sale envuelta en una toalla y lo encuentra sentado sobre la cama.  Su brazo gotea sangre con demasiada calma.

“Estaba afuera,” dice él.  Las gotas caen en la sobrecama, flores multicolores teñidas de rojo.

No ser inmune es no ser inmune.  Ya siente que le ha cambiado el color de la piel y sabe que hay dos opciones.  Ninguna es particularmente atractiva.

Y ella piensa, no todavía.

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Llevan casi un mes tomando decisiones simples, izquierda o derecha, matar un pollo o abrir una lata oxidada de menestra, dormir o desvelarse vigilando, carretera o camino vecinal.

Ella tiene momentos de claridad absoluta, de esos que le retuercen las entrañas y le dan arcadas.  Le jode que, por primera vez, él también los tenga.

Su olor cambia y su piel se torna ceniza.  Aún la mira con la certeza de que hay algo entre ellos que no se ha dicho, pero que ya ha olvidado y que, de todas formas, no importa.

Esta vez, cuando sus lenguas se tocan, hay un leve sabor metálico y la amistad se vuelve más tangible. 

En la montaña, enmarcada por la ventana, un incendio se propaga de una casa a la siguiente. 

“Ya?” pregunta él.

Ella asiente.  Apunta.

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Ella odiaba las clases de geografía del colegio, y siempre ha tenido una excelente retentiva para las cosas que odia.  Los ríos nacen en las montañas y caen, caen, caen, arrastrados por la gravedad, hasta llegar a la costa.

Un perro la mira atentamente mientras ella entra al río, descalza.  Sus manos empujan el agua helada y la corriente la empuja a ella.  No es una pelea que alguien va a ganar. 

Ella dice “Perro.”   

El perro ladra.

El documental hablaba también sobre los animales domésticos.  Pronto (trescientos años, decía el documental; par de meses, piensa ella) todos se convertirán en animales salvajes.  Entonces le tocará decidir si ser elefante o domadora de elefantes.

Podría escribir, construir, buscar, hacer.  Podría llevar a cuestas todas las vidas que quedaron al borde de la carretera, arrastrar consigo las certezas que tenía, crear de la nada un fragmento de civilización con bordes irregulares y cortopunzantes.

Se zambulle en el agua.

Tal vez hoy aprenda a nadar.

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A veces piensa en él, con la misma convicción con la que recuerda los tostitos y los aires acondicionados.

“Hombre,” dice, en voz alta. 

Cree que alguna vez existió.







Guayaquil 2010

martes, 22 de diciembre de 2015

aquella persistente desviación hacia la muerte




mi nonna murió físicamente el 23 de julio de 2014. yo estaba en Zaruma en un rodaje y viajé cuatro o cinco horas llorando al lado de un chofer de camioneta del rodaje. paramos a comprar algo de comer en algún momento, oreos o algo.

no recuerdo mucho, detalles solamente. llegué cuando mis padres volvían de la sala de velaciones luego de haber estado todo el día. me dio miedo entrar a la casa vacía de mi nonna, así que no entré.

al día siguiente cuando llegamos a la sala de velaciones, vi que en la funeraria le habían pintado los labios con un lápiz rojo coral encendido, que mi nonna nunca se habría puesto voluntariamente.

el sacerdote, rent-a-priest de funeraria, habló sobre lo devota que era (solo la vi en misa en navidades y primeras comuniones) y que era viuda (legalmente, sí, era cierto, nunca se divorció de mi nonno - tema al que puedo entrar en detalles en otro momento pues tenemos dudas legales sobre el matrimonio también - espiritual y físicamente, estaban separados desde antes de que yo naciera y no es que le tuviera mucho cariño) y que se iba a encontrar con su esposo Giovanni en el cielo (estoy segura de que este plan no le parecía tan interesante a mi nonna). básicamente, el sacerdote generó una ficción a partir de actas de bautizo, matrimonio y defunción.

yo lloré, me reí de lo que el sacerdote decía durante la ceremonia, y volví a trabajar al día siguiente.

no puedo decir que no sentí tristeza, sí la sentí y debo admitir que siento siempre la compulsión de pasar por casa de mi nonna cada vez que visito a mis padres. pero también es cierto que yo sentí que a mi nonna la habíamos perdido mucho antes, gradualmente, mientras se la tragaba aquel monstruo de apellido Alzheimer.

del Alzheimer no sé qué decir ni por donde comenzar. en alguno de sus multiples viajes, unos quince años antes, mi nonna volvió contando historias extrañas de migración y de cuartos pequeños en los aeropuertos. pensamos, 'quizás no es muy buena idea que mi nonna siga viajando sola'.

poco después, se olvidó de tomar sus medicinas, cosa que antes hacía regularmente sin que nadie la obligara. por alguna razón, se me ocurrió que si tan solo le hacía un calendario con las medicinas y se las ponía en una cajita con los días de la semana, todo mejoraría. no entendía que ella no entendía ya lo que era un lunes.

poco a poco, las señales. alguien dijo alguna vez que después de que mi nonna se rodó las escaleras en el correo ya nunca más pudo coger bus, nunca nada fue igual. no recuerdo dónde entra esta anécdota en las remembranzas.

recuerdo que una vez cogió todos los platos que tenía colgados en la pared, su colección, sus platos con cuentos de princesas y ladrones, con frases en genovés y paisajes holandeses, y los escondió todos en el baúl para que no le robemos. comenzó a ver niños pequeños y bebés en los sillones. pedía que la lleváramos a su casa, y describía una casa en una loma, en otro país y en otro tiempo. una vez vio a su propia madre en el sillón de la casa.

comenzó a comer cosas dulces con más gusto, particularmente el helado.

hizo una regresión, de hablar mucho pero sin sentido, de desvariar y gritar, a hablar una combinación extraña entre el español y el italiano que la acompañaron toda la vida, a luego no decir nada.

a mí me olvidó.

no sé exactamente cuando dejé de ir al lado, a donde mi nonna, tan seguido. creo que como fui la que más tiempo pasó con ella (su favorita, según mi mami), con la que más planes hizo, no podía verla en el estado en el que estaba. y en medio de su enfermedad me fui tres años a estudiar fuera. cada vez que volvía en las vacaciones, me decía algo menos, hasta que ya no me decía nada.

reaccionaba al frío. a veces me enfriaba las manos en la jarra de agua para que cuando la tocara dijera "qué frío".

sentí un poco que no estaba ahí hace tanto tiempo que no debía sentir tristeza por una partida corpórea redundante. pero igual el vacío se hizo más grande.

mi nonna alguna vez dijo querer que la cremen. otra vez dijo que querría estar en el Cementerio General. pero como en la muerte hay cosas que deciden los parientes y la plata, está en el Parques de la Paz, enterrada con caja en nicho. la gente de Parques de la Paz escribió su nombre mal en la lápida y terminando el entierro pasamos por la oficina a pedir que arreglen y luego nos fuimos a comer.

no sé si podría volver encontrar su tumba sin ayuda.

unas semanas después, terminado el rodaje, volví a Guayaquil. mi mamá había empezado la misión titánica de empacar, vaciar, regalar, botar y en general deconstruir la vida de mi nonna en fragmentos físicos. encontrar las cuentas, las joyas, las cosas que escondió en medio de la demencia, los benditos platos. mi hermana y yo la comenzamos a ayudar. hubo risas. encontramos un lienzo, o lino, que fuimos abriendo, intrigadas. mi madre dijo, "eso boten, era mi uniforme de karate." mi madre, señoras y señores, había hecho karate.

mi nonna fue una migrante. nació en Chile de padres italianos y en algún momento sus problemas circulación la llevaron a buscar un clima más cálido. pasó por Panamá, lugar que alguna vez describió como invivible. se asentó en Guayaquil, sin aire acondicionado, en los 70. no quiero saber qué tanto calor hacía en Ciudad de Panamá.

trajo consigo otro idioma, libros y recuerdos, pasaportes. aquí tuvo cédulas, censos, visas, permiso de trabajo, cuentas de banco. trabajos, profesora de italiano, recepcionista de centro médico, switcher telefónico en la recepción. tuvo dos hijas, una murió. tuvo un esposo del que se separó. escribía cartas: a una chica a la que crió que le decía Mami, y a quien nosotros llamamos tía, a sus sobrinas en Italia, a los "tíos del gato" en Chile.

durante los últimos años de su vida, la casa de mi nonna pasó por las manos de varias mujeres importantes que la ayudaron a comer, a mantener la casa, a ir al baño. cada una de ellas "ordenó" la casa de mi nonna a su agrado, reorganizó adornos aprovechando que mi nonna no recordaba qué era qué. pero había ciertas cosas, papeles, documentos, que nadie nunca tocó.

una noche, una funda de basura, mi mami y yo, nos sumergimos en el abismo de los papeles olvidados.

primero fuimos por los documentos. actas de matrimonio de mi nonna y mi nonno en Panamá, que detallaban lo extraño y turbio de su historia (motivo para otro post, sin duda), actas de venta de departamentos, cuentas. todo lo que ya no servía iba a la funda. luego las cartas... había cartas a medio escribir. había una carta que parecía una declaración de amor. otra que se cortaba, las letras cayendo hacia los lados de la página. ya no había las líneas rectas de las cartas que la vi escribir toda su vida. estas cartas denotaban confusión. escribía para una persona específica, pero desde las profundidades de una persona que no sabía quién era ni donde estaba. la perseguían. estaba sola. volaba de una frase a la siguiente con temor, intentando asir las palabras antes de que se le escaparan.

una carta estaba rota, partida en dos, a mano, no cortada.

y luego, en medio de todo, papeles médicos. los papeles de la muerte de mi tía Gianinna.

la historia es la siguiente, para quienes me conocen un poco, saben que no tengo tíos. la mayoría tiene una idea de que alguna vez los tuve.

mi mami tenía una hermana que se llamaba Giovanna. le decían Giannina. cuando tenía trece o catorce años, tuvo una tos muy rara. la llevaron a la clínica a hacerse unos exámenes. nunca salió. le hicieron pruebas y recetaban cosas pero no daban con la causa. en la autopsia descubrieron que había tenido Linfoma de Hodgkins, un cáncer que ataca glándulas.

cuando yo era pequeña, esta historia se absorbió por partes. mi nonna le tenía terror a que tosamos. y decía que fumar era malo para la salud. que daba cáncer. mi tía había muerto de cáncer. si yo sobrevivía los trece años, igual podría morir de cáncer si fumaba. nada de esto estaba relacionado.

nunca he tocado un cigarrillo en mi vida.

mi tía nunca fumó.

en un cajón del velador de mi nonna había un sobre manila. dentro estaba la historia de esas dos semanas de mi tía Giannina, en recetas médicas y radiografías, exámenes de sangre y diagnósticos. la mayor parte de los papeles estaba roto, partido por la mitad.

imagino lo siguiente:

eres una mujer de 85 años. la memoria no es lo que era antes. no sabes que año es. no sabes dónde estás. vives en una casa que no recuerdas rodeada de gente que no conoces. todos los días te visita una mujer con una nariz como la tuya, excepto que ya no te ves al espejo y no sabes cómo es tu propia nariz. te dice mami, debe ser tu hija.

pero a veces recuerdas que tuviste otra hija. quizás a veces crees que todavía la tienes. y ves estos papeles. y si los pones uno al lado del otro, estos papeles te quitan a tu hija una y otra vez. los rompes con rabia, una vez más no pudiste hacer nada. pero los guardas para no olvidar.

esto pasa durante meses, hasta que te olvidas de lo que es leer, de las palabras, del idioma, de lo mucho que te gustaba rellenar el año viejo, única tradición de este país ajeno a la que te adheriste completamente. olvidas los papeles rotos en el fondo de un cajón. poco a poco dejas de ser tú, dejas de enojarte de que te cambian las cosas de lugar y dejas de quejarte de que no estás en tu casa. y te comienza a gustar el helado de vainilla porque es dulce y desapareces de ti misma.

quiero pensar que en algún momento dejas de estar. porque la alternativa es peor. porque si siempre estás poniendo un papel al lado del otro y viendo morir a la hija que no sabías con certeza que estaba muerta, eso es el infierno.

y nadie se merece ese infierno.

hace unos ocho años acompañé a una amiga que enterraba a su tía.  a lo que salíamos del Cementerio General, encontré el nicho de mi tía Giannina. nunca lo había visto antes. mi tía Giannina era un tema del que se hablaba poco. se decían cosas como que una hermana mía se parecía a ella, o que ese tocadiscos era de ella, o esa es ella en las fotos. también decía mi nonna que luego de que Giannina murió, mi nonno no fue nunca el mismo.

el nicho estaba un poco sucio, pero aún se leía bien el nombre. ya mi nonna hace años que no salía sola de la casa, hace años que no visitaba a mi tía, hace años que nadie limpiaba la tumba.

no sé si podría volver a encontrarla.

tal vez uno se lleva a la tumba sus propios muertos.

aunque hay noches como esta, en las que me acuerdo de ella y de sus papeles y de sus muertos. y quizás los llevo conmigo yo también.





viernes, 11 de enero de 2013

domingo, 1 de julio de 2012

missed connections


i walked as much as i could and, somehow, it wasn't enough.

maybe i should have been running.

tall austrian boy outside my hotel in pahar ganj: i told you the cookies the street vendor was selling were fine to eat. i was going home the next day, you'd just arrived. i should've bought you a beer and asked for your name.

ben, nick and nick: three drunk brits teaching english in oman. you called bullshit as i wrote on a notebook and waited for a beer and fries. it was a crowded bar on the Colaba Causeway. nick and nick did a conga line to all the wrong sorts of music. i gave ben my email on a slip of paper that fell out of his pocket as he walked out. one of the nicks attempted to flirt, failed miserably. the other spoke of sadness in portuguese, figuring it was close enough. i probably should have followed you all to Goa and made my way into the sea. i hope you found some girls to get drunk with.

sam, the jaipur cabdriver: you were nice and then you were a salesman and then you took my picture in front of the water palace, badly, so that my head covered half the palace. i didn't write in your tourist book and i decided you were ripping me off. you were, but i could've been much nicer about the whole thing.

i should have gone on an elephant ride up to the Amber Fort, but i didn't have enough money, so i just watched as the elephants walked by.

creepy guys on the train from jaipur to agra: i was on to you. i should've made that clear. instead, i locked my backpack to the sleeper cot and did not sleep a wink.

korean girl in agra who sat across from me and ate om rice at joonys: you seemed surprised when i offered my naan for you to try. it was good naan. i tried om rice the next day. it was just rice, vegetables and an omelette. there was a menu in korean and i think om rice was the only thing on it. i had malai kofta.

oprah: i missed you at the taj mahal by two hours. you came at noon, i left at ten. the fog had finally dissipated and as i walked out i saw a couple of film crews. i wondered what they were working on. i took a picture of the wardrobe guy, mainly because he looked like every other wardrobe person i know: fashionably strange.

by the time i found blue lassi in varanasi, i wasn't hungry anymore. by the ghats, the boys played cricket. they always batted while i was close by. they never hit me or the water buffalo. still, i ducked.

forty-three people told me "you have indian face". at some point i started to believe it. i would jump on the ladies-only car of the delhi metro and feel at home, almost. i desperately wanted to have a nose ring. i lacked kohl on my eyelids. i listened in to conversations in a language i could not comprehend.

i said namasté more times than i can count.

you... elsewhere, in another lifetime, i should've told you i loved you before it was urgent, before we were scared. i should've made myself taller and called your bluff. i should've walked away while i still had a little bit of myself left, but i never do what i'm supposed to. i stood still far too long.

looking down on jaipur at sundown from my perch at the tiger fort, it was all smog and kites, the sound of blaring horns and evening prayer.  

five women in burqas having their picture taken near Humayum's tomb, your faces covered by niqabs: to me you all looked identical. from where i stood and through my amateur lens, i could not see more than this.  i dream of you looking back at the picture and recognizing each other in the shape of your eyes. i think i hear the man snapping the picture asking you to smile.


viernes, 6 de enero de 2012

At least he sounded sincere, she thought


"I need to be happy now," he said, raising the gun.

He pointed it at her chest and clicked the safety off.

"I hope, someday, you'll understand."


sábado, 9 de julio de 2011

también los monstruos

si hoy llueve y estamos julio, la única conclusión es que aprendí finalmente a teletransportarme.

en la finca las nubes negras avanzaban sobre el pasto y el verde se oscurecía, veloz y certero.

el viento nos quiere más de lo que piensas. y esas nubes, una vez pasan, no vuelven más.

somos más de otro tiempo. nos juntaron los columpios y esa noción errabunda de que el hoy era mejor que el mañana. ahora nos separa la sombra de lo que destruimos ayer.

hay barcos en botellas de vidrio, hundidas bajo el agua.

yo digo diamantes, tú dices tropiezos. babel en dos aparatos cuadrados, digitales, crueles.

si hoy llueve y estamos julio, tal vez pronto aprenda a viajar en el tiempo.

cuando vuelva atrás, a esos momentos de rollo de fotos, seré invisible y precisa.

me buscaré, combustión espontánea.

te buscaré, héroe oculto.

diré alguna que otra cosa, descontextualizada y llena de sabiduría futura.

o tal vez me confiese.

un solo golpe de verdad: "no sé qué hice mal, pero algo hice." 

y me mirarás extrañado, porque nada tiene sentido cuando eres aún inocente.

así que me iré por el camino fácil, predicción para agricultor: "y cuando llegue julio este año que viene, va a llover."

si hoy llueve y estamos julio, todavía me quedan cosas por desaprender.

lunes, 13 de junio de 2011

artesanal

hay fósforos y velas y la misma escena de naturaleza muerta que nos asustó tanto aquella vez: miras al espejo y ves a los ojos al ladrón del que huyes. 

robamos esa vez: pancreas, apéndices, uno que otro hígado.  ahora zapatos.  el pasado no da para salir corriendo.  nos escapamos, lento, lento.

querías silencio.  pasos sobre almohadas. respiran los que sueñan.

hay sonrisas que recordarás, y borregos que brincan sobre cercas.  una cosa igual de cierta que la siguiente.  los fósforos queman los dedos y se llevan todas las huellas.

tomaste tijeras, hilo, aguja.  cuerpo contra cuerpo y puntadas: oficio, nunca magia. perforando carne llegaremos más lejos.   

el patrón arrancado de una revista, un vestido de piel y mugre, nunca has visto tanta elegancia.

y los ojos, abiertos, dos botones.